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Tlacahuapahualiztli “El arte de criar y educar a los hombres” (página 2)



Partes: 1, 2

Dentro de las actividades sexuales, se les daba a
conocer como grandiosa esa capacidad de reproducirse que tanto
aminoraba la tristeza de ser entes transitorios. La sexualidad
era una virtud cuando se empleaba para la "siembra de hombres en
la tierra".

Los mexicas aprendieron cual era uno de sus mayores
motivos de su existencia, aquel que era "su verdad" más
preciada. La de mantener en movimiento al sol y las estrellas.
Esa responsabilidad los llevaría a enajenarlos y
finalmente los llevaría, en la conquista, a defender con
la muerte su última esperaza (Díaz,
1992).

Técnicas
educativas

LA EDUCACIÓN PREVERBAL

Mucho conocieron el lenguaje interior, ese que en
silencio expresa los más profundos pensamientos. La
mirada, las manos, el calor del cuerpo funcionaron siempre como
comunicación. Por medio de un gesto los padres
podían aprobar una actitud de sus hijos. Era preciso
primero demostrar que la educación era cariño, y
para ello no fueron necesarias las palabras. El gesto, aún
cuando fuera de reproche, afloraba cargado de afecto. Las madres,
al amamantar a sus bebes, manejaban ese impulso por dar lo mejor
de sí mismas, y el pequeño, tomando esa leche
amorosa de los senos cálidos, conocía la
protección plena y registraba que de ese ser lleno de
amor, todo cuanto de él procediera, sería
benéfico para él. Bien sabían los antiguos
mexicanos que si primero no sembraban en los hijos la seguridad
del afecto, no serían escuchados, ni entendidos cuando
emplearan la palabra para educarlos.

EL CONSEJO Y PERSUASIÓN

En el libro VI del Códice Florentino, a lo largo
de 43 capítulos los informantes indígenas de
Sahagún aclaran los valores de la filosofía,
teología, moral y retórica propia de los antiguos
mexicanos. Aquí, la enseñanza es clara, precisa,
convincente. En ello estriba su funcionalidad.

La forma en que los sabios indígenas hablaban, es
una muestra valiosa de lo certeros que eran los métodos de
enseñanza, basados en el consejo, en el convencimiento y
en la persuasión. Promovían sentencias sabias,
"verdaderas", y tenían la paciencia suficiente para dejar
al aprendiz recorrer todo el camino necesario para su
entendimiento. El método era esencialmente
nemotécnico; el mensaje se repite una y otra vez,
reforzándose, par quedar mejor registrado en la memoria
(Díaz, 1992).

Es importante notar que las enseñanzas morales
que dicta una sociedad y que el niño recibe a
través del consejo de los padres, forma en la mente del
receptor una instancia psicológica llamada
super-yo e ideal del yo, que le dice, como voz
interior de su conciencia, todo aquello que debe hacer moralmente
en bien de sí mismo y de la comunidad. Pero ese requisito
indispensable para que el super-yo se integre y funcione
correctamente en la mente infantil, que haya una total
simpatía entre el comunicante y el receptor. El
niño debe querer a su consejero, de lo contrario esa mente
en formación, por un instinto de contradicción, de
defensa contra el que odia, cometerá actos contrarios a lo
que se le aconseja. El cariño con el que la mayoría
de los padres y maestros daban sus consejos, era garantía
par ser obedecidos.

Aquí está mi hijita, mi collar de
piedras finas, mi plumaje de quetzal, mi hechura humana, la
nacida de mí. Tú eres mi sangre, mi color, en ti
está mi imagen.

Ahora recibe, escucha: vienes, has nacido, te ha
enviado a tierra el Señor Nuestro, el dueño del
cerca y del junto, el hacedor de la gente, el inventor de los
hombres
(León, 1961:149).

Obediencia a los
padres que inducen sentimientos de culpa

Los tiernos afectos de los padres, la entrega que se
desbordaba en el hijo, le impide a este manifestar su
inconformismo. El niño crece con un especial sentimiento
de duda y, cuando desobedece, el padre responde fijándole
un sentimiento de culpa. El defraudado recrimina al defraudador
diciéndole que han sido vanos sus esfuerzos y que por ello
sufre. La culpa le impide al hijo ver la vida no como una
satisfacción deleitosa, sino como apertura de necesidades
y deberes que requieren de esfuerzo (Díaz,
1992).

Así convencían mediante el sentimiento de
culpa:

Oíd otra tristeza y angustia mía, que me
aflige a la media noche, cuando me levanto a orar y hacer
penitencia: mi corazón piensa diversas cosas y anda
subiendo y descendiendo, como quién sube a los montes y
desciende a los valles, que ninguno de vosotros me deis contento,
ninguno de vosotros me satisface.

LA CULPA POR EL PECADO

Todas las trasgresiones morales de tipo agresivo o
sexual lograban subsanarse por medio de un rito de
confesión llamado Neyolmelahualiztli,
"acción de enderezar los corazones". Este se llevaba a
cabo frente a Tlozalteotl, la Diosa Comedora de Inmundicias. En
este acto, la diosa era benévola, comía todas
aquellas oscuridades, suciedades y vicios que oscurecían
los corazones del confesante. Despojado de sus lacras,
adquiría de nuevo su pureza.

En el códice florentino está descrito este
rito de expiación y enseñanza:

  • 1. Provocación de Tlazolteotl a los
    excesos sexuales. Es ella misma quien provoca el polvo y la
    basura, las obras lujuriosas. Es ella quien las incendia;
    Tlazolteotl las inflama.

  • 2. el hombre va a enderezar lo torcido de su
    corazón, y va a confesar, según lo entendieron
    los primeros frailes: se llamaba devoradora de inmundicias,
    pues dicen que ante su rostro se decía, frente a ella
    se narraban todas las acciones torcidas, por más
    espantosas que estas fueran, por más depravadas. Nada
    se escondía por vergüenza, todo en su cara se
    aclaraba, se explicaba; era la acción de enderezar los
    corazones.

  • 3. Por medio de mediación de Tlazolteotl
    queda enderezado el corazón del hombre, queda
    perdonado:

Y solamente ella los descargaba,

Ella aliviaba su enfermedad,

Ella los lavaba, los bañaba,

De sus manos brotaban las aguas,

De color verde, de color amarillo

Así aliviaban sus cargos, así curaban
sus enfermedades

Frente a ella se hacía la acción de
conocer el corazón

La acción de enderezar el
corazón.
(Códice Florentino)

Corrección
de las conductas por medio de premios y
castigos

Los lazos más arcaicos con que han contado los
hombres para lograr la armonía y la tranquilidad social,
son las prácticas de ciertas prácticas que se
repiten muchas veces y por muchos años, hasta que se
convierten en "instituciones". En base a éstas, la
sociedad, encabezada por los padres de familia, se convierte en
juez supremo de los actos. Por lo tanto, cualquier
trasgresión a la norma es castigada, así como los
aciertos son premiados.

A los niños aztecas, desde pequeños, si su
comportamiento era bueno se les gratificaba con cariño,
comida y regalos. El premio a los mayores era aquel que viene
inherente a la virtud misma: la satisfacción moral, el
placer de estar en lo correcto. Y como esto alegraba a los
dioses, se garantizaba así el premio mayor al que
podía aspirar el ser humano: la vida póstuma,
más allá de Tlalticpac, la tierra, en la
morada de los dioses (Díaz, 1992).

Aquí está lo que has de obrar y
hacer:

En reserva, encierro y caja

Al irse nos dejaron los viejos,

Los de cabellos blancos, los de cara
arrugada

Nuestros antepasados…

No vinieron a ser soberbios,

No vinieron a andar buscando ansia,

No vinieron a tener voracidad,

Fueron tales

Que se les estimó sobre la
tierra

Llegaron al grado de águilas y tigres.
(Códice Florentino)

La soberbia inútil era castigada por el
ridículo. Un error de estos merecía la burla. En
estos casos la risa significaba el señalamiento de la
banalidad, al equívoco, y la risa de familiares y
compañeros hería el honor de aquellos que
habían cometido la falta.

Para toda trasgresión existían
también castigos físicos, utilizando las espinas de
maguey para punzar la carne, el humo del chile tostado que
dañaba a los ojos, azotes, cárcel, y muerte por
expiación de una causa que resulta irreparable.

Educación
con
técnicas mágicas

Dicen los informantes del Códice Florentino en un
discurso que esto le hacían a su tlatoani:

Por ventura tu tienes cuidado de las cosas adversas
y espantables que han de venir, que no las vieron, pero temieron
los antiguos, y antepasados nuestros, tienen cuenta o cuidado,
con los eclipses de sol, o con los temblores de la tierra, o con
las tempestades del mar, o con los rompimientos de los montes,
tienen por ventura cuidado de la angustia, que se sienten cuando
vienen diversas tribulaciones…
(Códice
Florentino).

De esa angustia ante lo adverso incontenible surge la
magia, el dinámico pensamiento que acumula fuerzas
emergidas de las creencias para procurar salvación, o al
momento tolerancia, y que el futuro, lejano y desconocido,
muestre su rostro a los hombres del presente, a fin de que no
sean sorprendidos por desgracias (Díaz, 1992).

Con la magia el hombre aprende a disminuir su ansiedad.
En ella se anida la irrealidad, lo contradictorio, lo bello y lo
aterrador, lo que parece inaccesible.

Con la fantasía mágica, que es la
función del deseo con el acto consumado, el hombre teje
una trama para superar los conflictos provocados por sus
instintos de vida y muerte, herencia biológica que marca
la naturaleza humana contradictoria.

El pensamiento mágico está presente en las
actividades del hombre, en las que existe la duda, inseguridad,
contradicción o conflicto. Se expresa en forma aislada o
integrada o complejos mecanismos mentales, de los que suscitan
doctrinas, ideologías, religiones y
psicopatologías.

La magia ocupa un lugar especial en la evolución
del pensamiento, y se presenta siempre opuesta a lo racional y
objetivo. Se puede manifestar en todos los momentos de la vida
cotidiana en que se cuestiona el bienestar o el dolor; en el
sueño, en las ensoñaciones, en los mitos observados
de duda y superstición, la magia aparece adosada a
principios políticos, orales o religiosos. Floreciendo en
la mente infantil o en la del hombre primitivo (Díaz,
1992).

El pueblo azteca estaba educado dentro de un contexto en
el que la magia tenía gran repercusión. Todos los
actos y sucesos eran susceptibles de ser controlados por la
superstición y por los poderes mágicos. En su misma
religión, cuyo fundamento es la fe, la creencia sin
discusión en la verdad de los dogmas, tiene en su haber
esa "estrategia del animismo" que es la magia. A través de
ella se dan las transfiguraciones: el sacerdote es atavía
de los dioses y se convierte en el dios que representa; cada
hombre tiene su nahual, un alter ego, un animal, y los
sacerdotes, así como los dioses, pueden transformarse en
su nahual por voluntad y en momento deseado; el jade atrae el
agua, así como el cascabel de la serpiente, emplumarse,
vestir penachos, espiritualiza; enmascararse es adquirir otros
rostros, otras personalidades, otros poderes; el fuego permanente
en el hogar atrae al dios Viejo, la deidad ancestral que mediante
ello protege la casa; bajo este fuego la placenta es enterrada
para que después del parto la mujer quede protegida.
Podemos enumerar muchos ejemplos que son elementos del
pensamiento mágico mexica.

Destaca, sin embargo, la ofrenda de sangre humana a los
dioses para el mantenimiento del orden cósmico, a
través del cual el hombre había conseguido jugar un
papel importante en el mantenimiento de la vida del universo.
Así, la vida misma, la sangre y los bienes terrenales,
estaban en función del pensamiento mágico-religioso
al que colectivamente se entregaban como algo cotidiano de su
mística (Díaz, 1992).

Es difícil decernir hasta que punto la
fantasía era una mentira, que se encontraba demasiado
arraigada a la realidad, de ahí el término de
realismo mágico, lo real maravilloso, lo insólito
cotidiano, realidades plenamente manejadas por este pueblo. La
ilusión estaba cargada de fuerza de voluntad para alcanzar
lo que se pretendía. En tal voluntad desmesurada existe la
egolatría, el delirio por la omnipotencia. Y de ello mismo
se despliega el dolor más grande, el de enfrentarse a un
mundo que frustra constantemente sus anhelos instintivos de
bienestar o de odio.

La magia fue una de las posibilidades que tuvieron los
aztecas para expresar con la fantasía sus anhelos de amor
o destrucción, de ubicarse en el cosmos, y su esmero por
trascender a la muerte.

Todos los actos, desde el nacimiento, estaban
acompañados por ritos mágicos, contribuyendo
así a formar algunas de las principales instituciones de
convivencia social, como fiestas y ceremonias, mismas que
disminuían su angustia colectiva ante frente a los
misterios de la naturaleza; sin embargo, por otro lado, eran muy
realistas en la forma de organizarse para la producción,
en la tecnología, en las técnicas de combate, en su
adaptación al medio ambiente. Supieron, mediante el
conocimiento armonizar con la naturaleza, y entender sus propias
características humanas. Quizá fue ese realismo el
que contribuyó a que se distinguiera de las demás
culturas mesoamericanas (Díaz, 1992).

Aprendizaje por
identificación

Para procurarles a los hijos pequeños una clara
identidad sexual, la madre mantenía cerca de ella a las
niñas, a fin de que esta pudiera observar constantemente
todo lo que concierne a la mujer; así mismo lo
hacía el padre con el varón. El deseo de semejanza
era estimulado; los quehaceres se hacían con gusto para
que el niño experimentara cierto goce en ellos; se les
mostraba lo importante que era desempeñar el papel
correspondiente al sexo dentro de la sociedad; se exaltaban los
valores de la femineidad y de la virilidad,
distinguiéndolos perfectamente unos de otros. De esta
manera la niña gustaba en ser mujer y el niño en
ser varón, y trataban de asemejarse a los modelos. Mucha
conciencia tenían los padres acerca de la importancia del
paradigma y por ello cuidaban de su propia imagen (Díaz,
1992).

El proceso natural del complejo de Edipo era entendido
por los padres, los cuales descargaban su afecto para satisfacer
esa necesidad infantil de ser sobreprotegido. Entendían
los celos de los pequeños, y para sanarlos de ello
cimentaban bien su amor dándoles toda la seguridad
requerida. La superación de este complejo era la clave
para que los niños pudieran definir su identidad
psicosexual (Díaz, 1963).

La cultura mexica o azteca es un ejemplo para el mundo
de la capacidad de afecto y consideración que los padres
tenía para con los pequeños y, por lo tanto, de su
aptitud para definir su papel en la sociedad.

La
educación en los Templos

La educación especializada más importante
se llevaba a cabo desde los seis años hasta los doce. Los
padres internaban a sus hijos en el Tepochcalli (si
querían ser guerreros), o en el Calmecac si iban
a dedicarse a las ciencias. En este mismo recinto había un
anexo destinado para las niñas, a quienes se les
impartían una educación fundamentalmente moral y se
les preparaba a fin de que pudieran cumplir con todas sus
obligaciones dentro del matrimonio.

Dice el padre Acosta:

Ninguna cosa más me ha admirado, más
digna de alabanza, que el cuidado y orden que el criar a sus
hijos tenían los mexicanos. Porque entendiendo bien que en
la crianza e institución de la niñez y juventud
consiste toda la buena esperanza de la república, dieron
en optar a sus hijos de regalo y libertad que son dos partes de
aquella edad y en ocuparlos en ejercicios provechosos y
honestos
(León, 1959).

Soustelle observa:

Es admirable que en esa época y en ese
continente, un pueblo indígena de América haya
practicado la educación obligatoria para todos y que no
hubiera un solo niño mexicano del siglo XVI, cualquiera
que fuera su origen social, que estuviera privado de
escuela.
(Ibídem)

Realmente grande fue el afán de educar, porque el
conocer, el saber era el sustantivo mismo de la vida. Para cuando
el niño llegaba a la escuela especializada ya tenía
conocimiento de muchas cosas que los padres le habían
enseñado. Se entendía que el vivir no era otra cosa
que el ejercicio de aprender. El hombre nacía para forjar
su entendimiento del universo, para comprender la obra creadora
de los dioses, para probar la creación que surge de la
voluntad del hombre. Todos eran educados, porque la ignorancia
era concebida como algo vergonzoso, más aún,
dolorosa, que debía ser evitado. Las vocaciones eran
consideradas como dones de los dioses, ya se traían desde
el nacer, y por ello se consultaban los oráculos. Los
más diestros, los más capaces, los más
voluntariosos tenían atención especial por parte de
sus padres y maestros. Así también los que eran
hijos de nobles, porque eran mayores sus responsabilidades
(Díaz, 1992).

León Portilla analiza así este
último aspecto (León, 1959):

Puede afirmarse que los calcamec eran centros donde
los sabios o tlamatinimes comunicaban lo más elevado de la
cultura náhuatl. Por esto no es de extrañar que de
ordinario estuvieran en ellos los hijos de los reyes, los nobles
y gente rica. Pero no que no había un exclusivismo de
clase, la prueba, entre otros, el testimonio de los informantes
de Sahagún: "Los jefes, los nobles y además otros
buenos padres y madres tomaban a sus hijos y los prometían
a la calmecac; también todos cuanto así lo
querían."[1]

La
educación en el Tepochacalli

Dice Sahagún (1956):

En naciendo una criatura luego los padres y madres
hacían voto y ofrecían la criatura a la casa de los
ídolos, que se llama Calmecac o
Tepochcalli.

  • 1. Era la intención de los padres
    ofrecer a la casa de lo ídolos que se llamaba Calmecac
    para que fuesen ministros de los ídolos, viniendo a
    edad perfecta.

  • 2. Y si ofrecían la criatura a la
    casa Tepochcalli, era su intención que allí se
    criase con los otros mancebos para servicio del pueblo y para
    las cosas de la guerra.

  • 3. Aquí os ha traído nuestro
    señor, creador del cielo y de la tierra; os hacemos
    saber que nuestro señor fue servido de hacernos
    mereced de darnos una criatura, como una joya o pluma rica,
    que nos fue nacida; por ventura se criará y
    vivirá; y es varón, no conviene que le
    mostremos oficio de mujer, teniéndole en
    casa.

  • 4. Por lo tanto os damos por vuestro hijo,
    y os encargamos porque tenéis cargo de criar a los
    muchachos y mancebos, mostrándoles las costumbres,
    para que sean hombres valientes, y para que sirvan a los
    dioses Tlaltecuchtli y Tonatiuh, que son la tierra y el sol
    (y para que sirvan) en la pelea, y por esto
    ofrecérosle al señor dios todopoderoso
    Yáotl o por otro nombre Titlacaúcan o
    Tezcatlipoca.

  • 5. Por ventura se criará y
    vivirá complaciendo a dios, entrará a la casa
    de penitencia y de lloro que se llama Tepochcalli y desde
    ahora lo entregamos para que more en aquella casa donde se
    crían y salen hombres valientes.

Sahagún describe con detalle todos los ritos que
en ese templo mandaban a hacer a los niños y
jóvenes para templar su físico y carácter e
incrementar su habilidad en las artes guerreras (Sahagún,
1956):

  • 1. Entrando en la casa de Tepochcalli al
    muchacho dábanle cargo de barrer y limpiar la casa y
    poner lumbre, y hacer los servicios de penitencia de que se
    obligaba.

  • 2. Era costumbre que a la puesta del sol
    todos los mancebos iban a danzar y a bailar a la casa que se
    llamaba cuicalco, cada noche, y el muchacho también
    danzaba con los otros mancebos;

  • 3. Y llegado ya a los quince años y
    siendo ya mancebillo, llevábanle consigo los mancebos
    al monte, a traer la leña, que era necesaria para la
    casa de Tepochcalli y cuicalco, y cargábanle a l
    mancebo un leño grueso o dos, para probar y ver si ya
    tenía la habilidad para llevarle a la
    pelea.

  • 4. Y siendo ya hábil para la pelea,
    llevábanle y las rodelas, para que las llevase a
    cuestas; y si estaba ya bien criado, y sabía las
    buenas costumbres y ejercicios a que estaba obligado,
    elegíanle para maestro de los mancebos, que se llamaba
    tiachcauh;

  • 5. Si era hombre valiente y diestro,
    elegíanle para dirigir a todos los mancebos y para
    castigarlos, y entonces se llamaba
    tepochtlato;

  • 6. Y si ya era hombre valiente, y si en la
    guerra había cautivado a cuatro enemigos,
    elegíanle y nombrábanle tlacatecatl, o
    tlacochálcatl, o quuauhtolato, los cuales
    regían y gobernaban el pueblo.

  • 7. O elegíanle para achcauhtli, que
    era como ahora alguacil, y tenía vara gorda y
    prendía a los delincuentes y los ponía en la
    cárcel.

  • 8. De esta manera iban subiendo de grado
    los mancebos que allí se criaban, y eran muy muchos
    los que se criaban en las casas del tepochcalli, porque cada
    parroquia tenía quince o diez casas de
    tepochcalli.

  • 9. Y la vida que tenían no era muy
    áspera, y dormían todos juntos cada uno
    apartado del otro, en cada casa de tepochcalli, y castigaban
    al que no iba a dormir en estas casas, y comían en sus
    casas propias.

  • 10. Iban todos juntos a trabajar
    dondequiera que tenían obra, a hacer barro, o paredes,
    o maizal, o zanja, o acequia. Para hacer estos trabajos iban
    todos juntos, no se repartían, o iban todos juntos a
    tomar y repartir leña a cuesta de los montes, que era
    necesaria para la casa de cuicalco y tepochcalli; y cuando
    hacían alguna obra de trabajo, cesaban los trabajos un
    poco antes de la puesta del sol.

  • 11. Entonces íbanse a sus casas y
    bañábanse, y untábanse con tinta todo el
    cuerpo, pero no la cara, luego poníanse sus mantas y
    sartales, y los hombres valientes poníanse unos
    sartales de caracoles mariscos que se llamaban chipolli, o
    sartales de oro, y en lugar de peinarse
    escarrapuzábanse los cabellos hacia arriba para
    parecer espantables, y en la cara ponían ciertas rayas
    con tinta y margarita, y en los agujeros de las orejas
    poníanse unas turquesas que se llamaban xiuhnachtli, y
    en la cabeza poníanse unas plumas blancas como
    penachos;

  • 12. Y vestíanse con las mantas de
    maguey que se llama chalcáyatl, las cuales eran
    tejidas de hilo de maguey torcido, no eran tupidas sino
    flojas y ralas a manera de red y ponían unos caracoles
    mariscos sembrados y atados por las mantas; y los principales
    vestíanse con las mismas mantas, pero los caracoles
    eran de oro;

  • 13. Y los hombres valientes que se llamaban
    quaquachíctin traían atados a las mantas unos
    ovillos grandes de algodón; y tenían costumbre
    cada día, a la puesta del sol, (que) ponían
    lumbres en la casa de cuicalco los mancebos, y comenzaban a
    bailar y danzar todos, hasta pasada la media
    noche;

  • 14. Y no traían otras mantas sino
    aquellas mantas que se llamaban chalcáyatl que andaban
    casi desnudos; y después de haber bailado todos iban a
    las casas de tepochcalli a dormir, en cada barrio, y
    así lo hacían cada noche; y los que eran
    amancebados iban a dormir con sus amigas.

El tepochcalli era, pues, la escuela para los guerreros.
Cada barrio tenía su propio templo, que consagrado a
Huitzilopochtli fortalecía el carácter de los
jóvenes ahí congregados. Ahí
aprendían a labrar la tierra y se adiestraban en el manejo
de la macana, el lanzadardos y el arco. Comúnmente
hacían grandes simulacros de guerra. Los ejercicios y
disciplinas para obtener mayor resistencia física estaban
basados en la resistencia del clima (excesos de calor o
frío). Efectuaban carreras de entrenamiento en las que no
sólo la velocidad era importante, sino también la
agilidad y sutileza para no hacer ruido para sorprender al
enemigo. Efectuaban trampas para obtener cautivos, y
sabían enfrentarse cuerpo a cuerpo en el campo de batalla
(Díaz, 1992).

En este templo pedagógico había tres
categorías (Larrollo, 1980). La primera era
tiacach, a la que pertenecían los alumnos
recién ingresados; la segunda, telpuchtlato, para
el jefe de instructores; la tercera, tlaccatecatl, para
el director del templo.

Las dignidades militares sólo se conquistaban
mediante hazañas heroicas. La captura de reclutas enemigos
merecía el ascenso a oficial del ejército. Y aquel
que lograba aprender a un jefe enemigo adquiría la
dignidad de Caballero Tigre, Otomitl; y el que
hacía prisionero tres jefes, la de Caballero Águila
o Cuauhtli.

La
educación en el Calmecac

Este nombre se descompone en calli "casa" y
mecac "cordón o hilera". Los edificios estaban
uno junto al otro adornados en sus fachadas por una larga hilera
de caracoles (Díaz, 1992).

Aquí la selección era mucho más
estricta, predominaba la clase de los pipiltin o nobles
y, excepcionalmente, tenían acceso jóvenes de la
clase inferior de gran sensibilidad e inteligencia, para el
aprendizaje de la ciencias, técnicas y
humanísticas. Este grupo selecto era preparado para las
altas actividades estatales. Cubrían distintos aspectos en
lo que se refiere a la religión, historia, pintura,
música, derecho astrología y un lenguaje muy
refinado, exclusivo de nobles y sabios. En un área
entraban muchos hijos de artesanos, quienes aspiraban a la
calidad de toltecayotl, "artista". Todo cuanto
hacían con sus manos lo debían de hacer "con el
corazón endiosado", por ello, hasta las obras más
pequeñas eran bellas y perfectas. Ahí era donde
"hacían mentir al barro", es decir, le daban forma, lo
hacían parecer algo, semejarse a alguien; ahí le
daban voluntad a la piedra, la grababan, la esculpían;
ahí trabajaban la pluma haciendo de escudos y penachos la
misma imagen del esplendor de la belleza; ahí
pulían las obsidianas y el jade. Sus manos eran
hábiles y sutiles y por medio de ellas imprimían
sus emociones y nobles sentimientos. Ahí se hacían
constructores. Aquellos dedicados a las ciencias pasaban por
severas disciplinas. Domaban su orgullo y tenían la
grandeza de los humildes. Recogían la comida que les era
arrojada al suelo y podían a la vez mirar al universo sin
inquietarse, sin temor, con conocimiento del tiempo que por
él fluye y el cual crea el movimiento de la vida y la
muerte. Ahí se aprendía a conocer los atributos de
los dioses, sus esferas de acción, sus voluntades divinas.
Ahí se dialogaba con los dioses para conocer sus deseos e
imposiciones. Se llevaba vida monástica, se ejercía
penitencia, se modelaba el propio corazón. Ahí se
hacían suaves y fuertes como el viento; impenetrables como
la noche y trasparentes como el día; sabios y
sencillos.

Con todo detalle cuenta Sahagún cómo era
le arte de educar en Calmecac y cómo se ingresaba a
él (Sahagún, 1956).

Los señores principales, o viejos ancianos,
ofrecían sus hijos a la casa que se llama Calmecac. Era su
intensión que allí se criasen para que fuesen
ministros de los ídolos, porque decían que en la
casa de Calmecac había buenas costumbres, y doctrinas y
ejercicios, y áspera y casta vida, y no había cosa
de desvergüenzas, ni represión, ni afrenta ninguna de
las costumbres que allí usaban los ministros de los
ídolos, que se criaban en aquella casa.

Señor principal o rico, cualquiera que
tenía hacienda, cuando ofrecía a su hijo
hacía y guisaba muy buena comida y convidaba a los
sacerdotes y ministros de los ídolos que criaban a los
muchachos de esta manera: "Ah, señores sacerdotes y
ministros de nuestros dioses, habéis tomado trabajo de
venir aquí, a nuestra casa, y os trajo nuestro
señor todo poderoso. Os hacemos saber que nuestro
señor fue servido de hacernos mereced de darnos una
criatura, como una joya o pluma rica que nos fue dada; si
mereciéramos que este muchacho se críe y viva, y
(como) es varón, no convienen que le mostremos oficio de
mujer teniéndolo en casa; por tanto, os le damos por
vuestro hijo y os encargamos y ahora al presente
ofrecémosle al señor Quetzalcóatl, u otro
nombre Tlilpatonqui, para entrar en la casa de Calmecac, que es
la casa de penitencia y lágrimas donde se crían los
seres nobles, porque en este lugar se merecen los tesoros de
dios, orando y haciendo penitencia con lágrimas y gemidos,
y pidiendo a dios que les haga misericordia y merced de darles
riqueza".

Y los sacerdotes y ministros de los dioses
respondían a los padres del muchacho de esta manera.
"Aquí oímos vuestra plática, aunque somos
indignos de oírla, sobre que deseáis que vuestro
hijo, y vuestra piedra preciosa o pluma rica, entre y viva en la
casa de Calmecac. No somos nosotros a quien se le hace esta
plática, más hácese al señor
Quetzalcóatl, a otro nombre Tlilpotonqui, en cuya persona
le oímos; él es quien habláis, él
sabe lo que tiene por bien hacerse de vuestra piedra preciosa y
pluma rica, y de vosotros sus padres".

Y luego tomaban al muchacho y llevábanle a la
casa Calmecac, y los padres del muchacho llevaban consigo papeles
e incienso, y maxtles y mantas, y unos sartales de oro y pluma
rica, y piedras preciosas ante la estatua de Quetzalcóatl,
en la casa de Calmecac, y en llegando todos tenían y
untaban con tinta la muchacho todo el cuerpo y la cara, y le
pedían unas cuentas de palo que se llamaban tlacopatli; y
si era hijo de pobre le ponían hilo de algodón
flojo, y le cortaban las orejas, y sacaban la sangre y la
ofrecían ante la estatua de Quetzalcóatl; y si
aún era pequeño tornaban a llevarle consigo los
padres a sus casa.

Y si el muchacho era hijo de señor o
principal, luego le quitaban la cuantas hechas de thacopatli y
las dejaban en la casa e Calmecac, porque decían que lo
hacían así de que el espíritu hacía
los servicios bajos de penitencia por el muchachuelo; y si era ya
de edad conveniente para vivir y estar en la casa de Calmecac,
luego le dejaban ahí en poder de sacerdotes y ministros e
ídolos, para criarle y enseñarle todas las
costumbres que se usaban en la casa de Calmecac.

A continuación Sahagún describe las 15
ceremonias que en ese templo se llevaban a cabo para educar a los
niños y jóvenes (Sahagún, 1956).

Era la primera costumbre de todos los ministros de
los ídolos que se llamaban tlamacazque, dormían en
la casa de Calmecac.

La segunda era que barrían y limpiaban la
casa todos, a las cuatro de la mañana.

La tercera era que los muchachos ya grandecillos
iban a buscar y a cortar puntas de maguey.

La cuarta era que los ya grandecillos iban a traer a
cuestas la leña del monte, que era necesaria para quemar
en la casa de Calmecac cada noche, y cuando hacían alguna
obra de barro o paredes, o maizal, o zanjas o acequias,
Ibáñez todos juntos a trabajar, en amaneciendo,
solamente quedaban los que guardaban la casa y los que le
llevaban comida, y ninguno de ellos faltaba, con mucho orden y
contento trabajaban.

La quinta era que cesaban del trabajo un copo
trempanillo, y luego iban derecho a su monasterio e entender en
el servicio de los dioses y ejercicio de penitencia, y
bañábanse primero, y a la puesta del sol comenzaban
a preparar las cosas necesarias, y a las once y media de la noche
montaban el camino llevándose consigo las puntas de
maguey, cada uno, a solas, iba llevando un caracol para
teñir en el camino y un incensario de barro, y un
zurrón o talega en que iba el incienso, y teas y puntas de
maguey, y así cada uno iba desnudo a poner en el lugar de
su devoción las puntas de maguey, y los que querían
hacer gran penitencia, llegaban así a los montes, sierras,
ríos, y los grandecillos llegaban hasta media legua; y en
llegado al lugar determinado, luego ponían las puntas de
maguey, metiéndolas en una pelota hecha de henos, y
así se volvía cada uno, a solas, tañendo el
caracol.

La sexta era que los ministros de los ídolos
dormían dos juntos, cubiertos con una manta, si no
dormían cada uno apartado del otro.

La séptima era que la comida que
comían (la) hacían y guisaban en la casa de
Camecac, porque tenían renta de comunidad que gastaban
para la comid. Y si traían alguna comida de sus casas,
todos la comían.

La octava era que cada media noche todos se
levantaban a hacer oración, y quien no se levantaba y
despertaba, castigábanle, punzándole las orejas y
el pecho y muslos y piernas, metiéndole las puntas de
maguey por todo el cuerpo, en presencia de todos los ministros de
los ídolos porque se escarmentasen.

La novena que ninguno era soberbio, ni hacía
ofensa a otro, ni era inobediente a la orden y costumbres que
ellos usaban, y si alguna vez aparecía un borracho o
amancebado, o hacía otro delito criminal, luego le mataban
o le daban garrote, o lo asaban vivo o le asaetaban; y quien
hacía culpa venial, luego le punzaban las orejas y labios
con punta de maguey o punzón.

La décima era que a los muchachos castigaban
punzándoles las orejas, o los azotaban con
ortigas.

La undécima era que a la media noche todos
los ministros de los ídolos se bañaban en los
ídolos.

La duodécima era que cuando era de día
y de ayuno todos ayunaban, chicos y grandes, no comían
hasta medio día, y cuando llegaban a un ayuno que se
llamaba tamacualo, ayunaban a pan y agua, y otros que ayunaban no
comían nada hasta la media noche. Y otros no comían
hasta el medio día, una vez nomás, y en la noche no
gustaban cosa alguna y si bebían agua.

La decimotercera era que le mostraban a los
muchachos (a) hablar bien y saludar, y hacer reverencia, y el que
no hablaba o saludaba a los que se encontraba, o estaban
ausentados, luego le punzaban con la punta de
maguey.

La decimocuarta era que les enseñaban a todos
los versos de canto, para cantar, que se llamaban divinos,
cantos, los cuales versos estaban adscritos en sus libros para
acantares; y más les enseñaban la astrología
indígena, y las interpretaciones de los sueños y la
cuenta de los años.

La decimoquinta era que los ministros de los
ídolos tenían votos de vivir castamente, sin
conocer a una mujer carnalmente, y comer templadamente ni decir
mentiras y vivir devotamente y temer a dios, y con esto acabamos
de decir las costumbres y orden que usaban los ministros de los
ídolos, y dejamos otras que en otra parte se
dirán,

A los sabios, los tlamatinime, maestros en este
templo, se les elegía por sus calidades morales y por su
conocimiento de las artes y humanismo:

Aún cuando fuera pobre o
miserable,

Aún cuando su madre o padre
fueran

Los pobres de los pobres…

No se veía su linaje,

Sólo se atendía a su género de
vida…

A la pureza de sus corazón,

A su corazón bueno y
humano…

A su corazón firme…

Se decía que tenía a dios en su
corazón,

Que era sabio en las cosas de dios…
(Códice Florentino)

En el Códice Matritense aparece la siguiente
descripción de un sabio:

El sabio: una luz, una tea, una gruesa tea que no
ahúma.

Un espejo horadado, un espejo agujerado por ambos
lados.

Suya es la tinta negra y roja, de él son los
códices.

El mismo es escritura y
sabiduría.

Es camino, guía verás para otros.
Conduce a las personas y a las cosas, es guía en los
negocios humanos.

El sabio verdadero es cuidadoso (como un
médico) y guarda la verdad.

Maestro de la verdad no deja de
amonestar.

Hace sabios los rostros ajenos, hace a los otros
tomar una cara (una personalidad), los hace
desarrollarla.

Les abre los oídos, los
ilumina,

Es maestro de guías, les da su
camino,

De él uno depende.

Pone un espejo delante de los otros, los hace
cuerdos, cuidadosos; hace que en ellos aparezca una cara (una
personalidad).

Se fija en las cosas, regula el
camino,

Dispone y ordena.

Aplica su luz sobre el mundo.

Conoce lo (que está) sobre nosotros (y) la
religión de los muertos.

(Es hombre serio)

Cualquiera es conformado por él, es
corregido, es enseñado.

Gracias a él la gente humaniza su querer y
recibe una estricta enseñanza.

Confronta el corazón, confronta la
gente,

Ayuda, remedia, a todos cura (Códice
Matritence).

Tan distintas eran las disciplinas, tan variadas, que
había para todas, maestros especializados (Sahagún,
1956).

El Temaqchtiani (maestro-educador).

El Teixcuitiani (psicólogo).

El tetezcahuani (moralista).

El mexicatl teohuatzin (jefe de sacerdotes que
comparte el poder con el huitnauac tehuatzin.

El tepon teohuatzin (encargado de la buena
crianza).

El ome tochtzin (maestro de los cantores y que
daba de beber vino para entonarlos).

El epcoaquacuiltzin (quien tenía a su
cargo las fiestas del calendario sagrado).

El tapizcatzin (Chantre para correr los
cantos).

El ixcozauhqui tzonmolco "teohua" (encargado de
hacer traer leña).

El epcoaquacuilli tecpictotom (el que
componía los cantos).

El iztlilco teohua (encargado de procurar las
ofrendas cuando los niños y niñas comenzaban a
hablar).

Y muchos más eran los instructores. Los
había para artes, la artesanía, la ciencia, la
lectura de los códices. Y todos estaban regidos por
Quetzalcóatl, el dios, y el concepto de la "serpiente
emplumada", la dualidad en perfecta armonía, el
autosacrificio propiciatoria de la depuración, se pusiera
en práctica con perfecta verdad y
entendimiento.

ANEXO AL CALMECAC, ESCUELA PARA NIÑAS

A la mujer se le quería y se le respetaba por
tener el don de la fertilidad. Ese prodigio de dar a luz, de ser
hacedora de vidas tiernas, exigía la obligación del
conocimiento de la vida, de la tierra que germina, del equilibrio
de los astros, del brote del agua en la tierra. Se le
enseñaban los cuidados sobre el embarazo y la ayuda que se
debía dar a sí misma y prestar a otras en los
momentos del parto. Se les enseñaba a curar a los
niños de enfermedades leves, a alimentarlos bien con orden
y mesura, a mantenerlos limpios, a darles la educación
básica. Aquí aprendían reglas morales y la
manera en que tenían que cumplir su papel social. Pero,
más que nada, se les acercaba a los dioses, se les
mostraba como rendirles culto, cómo ofrendarlos,
cómo gratificarlos. Muchas de ellas barrían los
templos y cuidaban de las teas, del incienso y de las ofrendas.
Algunas con espíritu sacerdotal, se quedaban a vivir por
siempre al cuidado de los recintos sagrados y de las
representaciones de los dioses. Otras, ya preparadas,
salían de aquí para casarse.

Así describe Sahagún aquel templo
(Sahagún, 1956):

Había también en los templos mujeres
que desde pequeñuelas se criaban allí, y era la
causa porque su devoción sus madres, siendo muy
chiquillas, las prometían al servicio del templo; y siendo
ya veinte o cuarenta días las presentaban al que
tenía cargo de esto, que le llamaban quacuilli, que era
como un cura y llevaban escobas para barrer y un incensario de
barro, e incienso que se llamaba capalli blanco; todo esto
presentaban al quacuilli o cura. Hecho esto el quacuilli
encargaba mucho a las madres que tuvieran mucho cuidado de criar
a sus hijas y que también en veinte días tuvieran
cuidado de llevar al calpulco o parroquia de su barrio aquella
misma ofrenda de escobas y copal, y leñan para quemar en
los fogones de la iglesia. Aquella niña desde que llegaba
a edad de discreción, informada de sus madre cerca del
voto que había hecho, ella misma se iba al templo donde
estaban las otras doncellas, y llevaba su ofrenda consigo, que
era un incensario de barro y copal. Desde este tiempo y hasta que
era casadera, siempre estaba en el templo debajo del regimiento
de las matronas que criaban a las doncellas; y cuando ya siendo
de edad la demandaba alguno para casarse con ella, en estando
concertados los parientes y principales del barrio para que se
hiciese el casamiento, aprestaban la ofrenda que habían de
llevar, que eran codornices e incienso y flores, y cañas
de humo, y un incensario de barro, y también aparejaban
comida; y luego tomaban a la moza y la llevaban delante de las
sátrapas, al mismo templo, y tendían una manta
grande de algodón blanco y sobre ella se ponían
todas las ofrendas que llevaban, y también una manta que
se llamaba talcaquachtli, en la cual estaban tejidas muchas
cabezas de personas; y hechos sus razonamientos de una parte a la
otra los padres de la moza llevaban a su hija.

Éste es uno de los consejos que ahí se
impartían:

"Y no hagas tus amigas

A mentirosas, ladronas, disolutas, frecuentadoras de
casas,

Perezosas,

Para que no te contagien, para que no te
contaminen;

Sino que no tengas más por tu propio el
qué hacer dentro de tu casa.

Tampoco salgas a la puerta, ni te quedes fija en el
mercado.

En el camino, junto al agua,

No es buen lugar, no es recto lugar:

Allí está lo que pervierte, lo que
mancha a la gente,

Lo que procura dificultad, miseria, lo que la
asalvaja,

Lo malo, lo pervertido.

No sólo como el estramonio y el
acónito,

Sino mucho más intensamente, mucho
más,

Espantosamente.

Con violencia hace perder el juicio a la
gente,

Con violencia la saca de quicio." (Garibay,
1979).

Educación
audiovisual

Una de las mayores sorpresas experimentadas por los
colonizadores españoles fue la forma en que estaba escrita
la lengua de los naturales con ideogramas, grifos y figuras
simbólicas, y cómo, junto con la tradición
oral, el pueblo podía conservar su historia y su
identidad.

Escribe Bernal Días del castillo:

Hallamos las casas de ídolos y
sacrificios… y muchos libros de sus papel, cogidos a
dobleces, como a manera de paños de cartilla.
Acuérdome –dice- que era en aquel tiempo su
mayordomo (de Moctezuma) un gran cacique, que le pusimos por
nombre Tapia y tenía cuenta de todas las rentas que le
traían a Moctezuma, con sus libros, hechos de papel que se
dice amal (Amatl) y tenía de estos libros una gran
cantidad de ellos.
(Díaz, 1955).

León Portilla clasifica los glifos de la
siguiente manera:

Numerales (representativos de
números).

Calendáricos (representativos de
fechas).

Pictográficos (representativos de
objetos).

Ideográficos (representativos de
ideas).

Fonéticos (representativos de sonidos
silábicos y alfabéticos).

Utilizando todos estos tipos de glifos, se pintaba en
los códices todo tipo de hechos importantes. Había
libros administrativos, históricos o mágicos con el
tonalamatl. A través de ellos nada se perdía, nada
borraba el tiempo, todo quedaba registrado para alimento de las
generaciones posteriores. Este era su legado, el conocimiento de
su origen, de sus antepasados, de la tradición.

En ellos se apuntaban las peregrinaciones, las
fundaciones de ciudades, los árboles genealógicos
de las principales familias, de los linajes; las cuentas de la
economía estatal; los pagos de tributos. Allí
quedaba escrito todo cuanto se refería al repartimiento de
las tierras, se demarcaban en planos los límites de las
ciudades y pueblos; se anotaban las guerras, las pestes, los
buenos tiempos de abundancia.

A través de ellos se explicaban los tiempos
propicios para las cosechas, el movimiento del tiempo, sus
estaciones. Todo el conocimiento astronómico se
escribía en ellos: las lunaciones, los eclipses, el paso
de los cometas, la cuenta de los meses y de los días. En
base al calendario ritual se señalaban los días de
fiesta, los dioses que regían. Todo se tenía
escrito, desde los mitos primeros hasta los más
evolucionados.

Dice Ixtlixóchitl:

Me aproveche de los caracteres y pinturas que son
con que aquellos están escritas y memorizadas sus
historias, por haberse pintado al tiempo cuando sucedieron las
cosas acaecidas, y de los cantos con que las conservaban sus
autores muy graves en su modo de ciencia y facultad.

(Ixtlixóchitl, 1892).

Ángel María Garibay K. en su Literatura
Náhuatl dice:

Sobre el lienzo de papel, sobre la piel de venado,
sobre el muro de la casa de educación, estaban
representaciones similares a las que nos conservan los
códices… que entrañan la doctrina al par que
la historia. Viendo las imágenes y oyendo a los maestros,
recogían en mente y corazón, para toda la vida, los
educandos, el contenido cultural, religioso y literario, de las
edades perdidas en las nieblas del pasado.
(Garibay,
1979).

Enseñanza
de la música

La música fue una de las artes más
estimulantes de la vida de los aztecas. Durante las
peregrinaciones fue esa quien dio a ese pueblo, motivado en la
búsqueda, todo el ánimo y el brío para
continuar. Este lenguaje, uno de los mejores para comunicarse con
los dioses los cargaba de emotividad, de armonía. La
música los templaba y les impedía que se
desvaneciera su alma. Así mismo fue el alimento que
fortaleció sus carácter para poder alcanzar la cima
de la fama y del poder, y aún cuando las aguas de su
laguna se tiñeron de sangre, la música
fungió como un elemento purificador, reconciliador de la
vida y sensibilizador (Díaz, 1992).

Las flautas, las percusiones, el baile y los cantos,
eran parte misma del modo de ser de los aztecas, no podía
existir ceremonia alguna que no pudiera ser acompañada por
la música, ni posibilidad de recogimiento interior que no
tuviera por fondo la melodía de un instrumento de
viento.

Cuando aquellos hombres aún no hablaban la lengua
de Castilla, Fray Toribio de Beenavente (motolinia)
escribió en sus célebres
memoriales:

Algunos mancebos de estos que digo, han ya puesto en
canto de órgano villancicos a cuatro voces y los
villancicos en su lengua, y esto parece señal de grande
habilidad, porque aún no los han enseñado a
componer, ni contrapunto; y lo que ha puesto en admiración
a los españoles cantores, es que un indio de estos
cantores, vecino de la ciudad de Tlaxcallan, ha compuesto una
misa entera por puro ingenio, y la han oído artos
españoles cantores, buenos cantores; y dicen que no le
falta nada…

E yo vi afirmar a esos menestriales
españoles, que lo que estos indios naturales
deprendían, no lo deprendían en España
españoles en dos años; porque en dos meses cantaban
muchas misas, magnificant y motestes.
(Motolina,
1903).

Era tal su habilidad par fabricar instrumentos como para
componer música y cantarla, que Motolina señalo que
un natural después de ver tocar un rabel, apareció
un mes después con uno fabricado por él mismo al
que ya le arrancaba bellas melodías, y referente a esta
sensibilidad musical de los mexicas, agregó en otro
lugar:

…en lugar de órgano tenían
música de flautas concertadas, que parecen propiamente
órganos de palo, porque son muchas flautas.

(Motolina, 1903).

La enseñanza musical era inherente a su fe
religiosa:

Quieroos decir lo que habéis de hacer,
oídlo y notadlo: tened cuidado del areito y del atabal, y
de las sonajas, y cantar; con esto despertaréis a la gente
popular y daréis placer a nuestro señor dios, que
está en todo lugar; con esto le solicitaréis para
que os haga mercedes, y con esto meteréis vuestra mano en
el seno de sus riquezas, porque el ejercicio de tañer y
cantar solicita a nuestro señor para que haga
mercedes.
(Sahagún, 1956).

Y era ahí en el Calmecac donde se
aprendían las técnicas de la música y sus
valores espirituales. Se le enseñaba primero la
apreciación, el entendimiento de la misma, y
después se le impartía la técnica, que le
era fácil por tener una habilidad natural en este arte
(Díaz, 1992).

La
enseñanza para hablar se perfeccionaba en el
Calmecac

La misma lengua era musical, y mucho se cuidaba en
pronunciarla bien, porque hablar no era otra cosa que canto
mesurado. Mucho cuidaban de la prosodia, porque de ella
dependía el buen decir, el decir con encanto, el decir con
la música en la lengua. Y el hablar estaba muy relacionado
con los gestos, y se decía que si la expresión
física, la palabra y el pensamiento no tenían
congruencia, entonces no hablaba con verdad.

En el Calmecac se corregía la forma en que
debían de saludar, hacer reverencia, hablar correctamente;
se les enseñaba los versos de los cantos divinos, escritos
en caracteres. Se les pedía la emoción correcta en
cada palabra, la suavidad o la fuerza necesaria según
fuera el caso y los que significaba aquello (Díaz,
1992).

El Códice Florentino muestra cuán
cuidadosa era la enseñanza del lenguaje: y el
nemachtiloia in quialli tlatolli, que abarca los
estudios de retórica, tan bellamente aplicados en los
discursos de los jóvenes y en los textos de los
indígenas informantes. Otra prueba eran las dos distintas
formas para designar los distintos modos de
expresión:

Macehuallatolli, "Forma de hablar del pueblo",
y tecpillatolli "forma de lenguaje noble y cultivado",
en el cual abundaba el difrasismo que consistía en usar
dos palabras para conformar una sola idea:

In xochitl in cuicatl; flor y canto….
poesía

In atl in tepetl; agua y cerro… el
pueblo.

In topco in peletacalco; en morral y en
caja… el secreto.

In ayahuitl in poctli; niebla y humo… la
fama. (Garibay, 1979).

En este lenguaje pulimentado, de palabra tamizada,
existía en abundancia la metáfora, la multiplicidad
de significados, la belleza, y siempre estaba condicionada a
emplearse en función de la verdad.

El teatro de los
aztecas

Dice al doctor Ángel Ma. Garibay, con el apoyo
que le dan las investigaciones:

Ha sido discutida la existencia del teatro entre los
antiguos mexicanos. Lo niegan los que se apoyan en el prejuicio,
ya destruido, de que no podían tener tal cosa los
incultos. Otros lo ponen en duda por falta de información.
No hicieron lo mismo los primeros investigadores que, como
Motolinia y Olmos, hallaron un teatro rudimentario y sobre
él apoyaron sus producciones de teatro catequizante.

(Garibay, 1954).

Y Durán da testimonios, poniendo de relieve el
gran poder que tuvo el teatro como medio de enseñanza y
comunicación:

Se introducen indios vestidos como mujeres…
Otro baile había de viejos, que con máscara de
viejos concordados se bailaba, que no es poco gracioso y donoso y
de mucha risa. A su modo había un baile y canto de
Truhanes, en el cual introducían un bobo, que
fingía entender al revés lo que su amo le mandaba,
trocándole las palabras… Otras veces hacían
unos bailes en los cuales se embijaban de negro; otras veces, de
blanco; otras, de verde, emplumándose la cabeza y los
pies, llevando entremedios algunas mujeres, fingiéndose
ellas y ellos borrachos, llevando en las manos cantarillos y
tazas, como que iban bebiendo. Todo fingido para dar placer y
solaz a las ciudades, regocijándolas con mil
géneros de juegos, que los de los recogimientos inventaban
de danzas y farsas y entremeses y cantares de mucho
contento.

El teatro tenía dos funciones principales: la
didáctica y la ceremonial. Los simulacros de guerra que se
hacían frente a los dioses para contarles los
acontecimientos sucedidos, era teatro, y tenía la
función de dar a conocer al pueblo su propia
historia.

Los sacerdotes, en las ceremonias, solían
representar a determinados dioses, así se les veía
cojeando cuando tomaban la apariencia de Tezcatlipoca; se
vestían de tigre y representaban la mordida que el Nahual
de este dios daba al sol derrumbándolo. Se representaban
los mitos, las acciones divinas.

Toda ceremonia era teatro, era representación de
algo. Y debemos decir que la música, el teatro y la danza
conformaban unidas una sola expresión
artística.

La escultura y la
cerámica

Se decía que el buen artista hacía mentir
al barro. Él era capaz de trasformarlo, de hacerlo rostro,
de hacerlo figura zoomorfa, de mazarlo para obtener de él
la imagen de un dios. Conocía la técnica del
conocimiento por el fuego, y esto representaba la
intervención del dios viejo, El Señor del Fuego que
daba perdurabilidad a la arcilla. Tanto significó en su
vida cotidiana, tanto amor había en ella, que era placer
del artista representarla. En barro se trataba a la propia mujer,
a los hijos jugando, de barro se hacían sus juguetes, en
barro estaba copiado el sagrado juego de pelota, los danzantes. Y
el barro ayudaba a los hombres a satisfacer sus necesidades
elementales; así hacían el comal, los tazones.
Contamos con miles de vasijas donde entendemos su idea
estética de la forma y su exquisita decoración.
Había distintos tipos de vasijas: las utilizadas como
ofrenda, o que estaban al servicio de los dioses en los templos,
por lo cual tenían mejores trabajo, mayor arte; y las
otras, enseres simples de la vida cotidiana. Pero en todas es
evidente la habilidad artesanal, la sensibilidad puesta en ellas,
el buen gusto, el placer de la forma bien hecha, bien lograda
(Díaz, 1992).

Mediante el barro se revivía, en recuerdo y
aprecio, el rostro de un familiar muerto; en ese material se
plasmaba el parto. Distintas figuras constituyen la
cerámica; flores, muerte, animales mitológicos,
seres en acción, sacrificios humanos y, además,
contenían símbolos glifos, ya del agua, ya del
fuego, ya el monstruo de la tierra que devora a los astros que no
aparecen durante el día.

En la escuela para escultores se
decía:

El que da un ser de barro:

De mirada aguda, moldea amorosa el
barro.

El buen alfarero:

Pone esmero en las cosas,

Enseña al barro a mentir,

Dialoga con su propio
corazón,

Hace vivir a las cosas las crea,

Todo lo conoce como si fuese un
tolteca,

Hace hábiles sus manos.

El malo alfarero:

Torpe, cojo en su arte,

Mortecino. (León, 1961).

En la piedra se pretendía petrificar el propio
corazón, gravar en ella el movimiento del corazón
(la emoción). Era un arte mucho más severo, duro,
austero, místico, comprometido con la perdurabilidad.
Desde los enigmáticos rostros humanos, las máscaras
funerarias hasta las deidades, se advierte en él la
grandeza constante. Ejemplo de ello es la Coatlicue, figura de
complejidad abstracta en la que se sintetizan tantos
significados.

Tenían también las estelas:

Hito, voluntad de memoria tallada en piedra, las
estelas del México prehispánico continúan
una modalidad del lenguaje colectivo enhiesta en las plazas
públicas, al píe de las escalinatas de los templos,
recordaban el eclipse, la fundación de la ciudad, la gesta
guerrera o el acontecimiento mágico. Reto de
composición y síntesis, signo de
comunicación, las estelas son obras de arte que en muchas
cosas rinde homenaje personal al monarca, al sacerdote, al
héroe o a la deidad. (Díaz, 1977).

Todas las creaciones plásticas, la pintura, , la
escultura, el esgrafiado en vasijas, los bajorrelieves, la
escultura monumental, la arquitectura e incluso la traza urbana,
tenían como objetivo enseñar a sus pueblos las
bondades de su religión, los valores de sus propia
cultura, el sentido de su forma de vivir, de ser, de
actuar.

No eran, sin embargo, cerrados en sí mismos, sino
que se habrían hacia otras culturas, a fin de asimilar los
logros de otros pueblos. Los pochtecas, los comerciantes
que recorrían largas y dificultosas rutas, eran verdaderos
embajadores que permitían la trascendencia de los
distintos pueblos. Ellos eran la vena de las influencias. Por
ellos se dejó de habar de culturas locales, y se
pasó al concepto de civilización, la unión
de diferentes culturas convergentes a alcanzar el grado
superior.

La
educación superior

Este trabajo lo cierran las técnicas de
enseñanza superior, impartidas en el Calmecac o Templo del
Saber; en los observatorios astronómicos, en el templo de
Tonalamatl o Calendario Adivinatorio y en diversos centros de
arte. De gran importancia fueron los congresos como el acaecido
en Xochimilco, en donde los sabios representantes de las
principales culturas de Mesoamérica se reunieron para la
corrección del calendario astronómico.

Los materiales de estudio abarcaban desde las
técnicas agrícolas, el urbanismo, la
administración, las artes, las ciencias matemáticas
y astronómicas y el humanismo. Impartían la
enseñanza los hombres más sabios, los ancianos
más experimentados y quienes tenían un gran
espíritu pedagógico. Cuando los indígenas se
referían a ellos, decían así a los
españoles:

Más, señores nuestros
(dice)

Hay quienes nos guían,

Nos gobiernan, nos llevan a cuestas,

En razón de cómo deben de ser
venerados nuestros dioses,

Cuyos servidores somos como la cola y el
ala,

Quienes hacen las ofrendas, quienes
inciensan,

Y los llamados Quetzalcóatl.

Los sacerdotes de discursos

Es de ellos obligación,

Se ocupan día y noche,

De poner el copal,

De su ofrecimiento,

De las espinas para sangrarse.

Los que ven, los que se dedican a
observar

El curso y el proceder ordenado del
cielo,

Como se divide la noche.

Los que están mirado
(leyendo)

Los que cuentan (o refieren lo que
leen)

Los que vuelven ruidosamente las hojas de los
códices.

Los que tienen en su poder tinta negra y
roja

(la sabiduría)

Ellos nos llevan, nos guían, nos dicen el
camino

Quienes ordenan como cae un
año,

Como sigue su camino la cuenta de los destinos y
los

Días y cada una de las veintenas (los
meses).

De esto se ocupan, a ellos les toca hablar de los
dioses.
(León, 1959).

La
educación física

La forma de educar el físico en los aztecas la
sintetiza Francisco Larroyo así:

El más común de los deportes fue la
carrera. En ella se ejercitaban los niños en las escuelas
bajo la advocación del dios Painalton. Se llamaba
paynototoca (de apyan, ir de prisa; Cotoca, correr). Los correos
y enviados militares sorprendían por su rapidez trayendo
mercaderías y comunicados.

Los niños jugaban al coyocpatolli, juego del
hoyito (de cocoyoc, agujero; patolli, juego). Se hacía un
pequeño agujero y, a cierta distancia, los jugadores
arrojaban, por turno, colorines o "huesitos" de frutas, tratando
de meter estos en el hoyito. Las chichinadas (de chichinao,
folpear, pegar) era un juego muy parecido al de las canicas. El
juego de las mapepenas (de pepena, recoger, y maithm mano)
consistía en arrojar un colorín hacia arriba y
recoger otro, colocados sobre una estera, antes de recibir con la
propia mano el colorín arrojado. El aptolli estribaba en
arrojar pequeños objetos a 52 casillas de antemano
diseñadas sobre la tierra.

Celebre fue el teocuehpatlanque (de teocuahuitl,
árbol, y patlanque, los que vuelan alrededor), es decir,
juego de los voladores. El totolaqui (de total, bola y aquia,
meter) se juagaba haciendo pasar, a distancia convenida,
pequeñas argollas colocadas por pequeños
bastoncillos, o bien arrojar las pequeñas argollas para
ver de ensartarlas en los bastoncillos clavados en la tierra. El
juego de pelota y la cacería constituyeron, empero, la
más amplia distracción entre los pueblos
precortesianos. El juego de pelota (tlachtli) se jugaba en una
construcción apropósito: el tlachco. Ésta
tenía la forma de una doble T, de muros, por lo general de
treinta metros de longitud, por seis de luz y otros tantos de
altura. Como a dos metros de altura se colocaban dos
círculos tallados en piedra, con un diámetro que
oscilaba entre 10 y 15 centímetros. Consistía el
juego en arrojar la pelota, los de una cabecera del tlachco,
contra los de la otra, pero unos y otros la impulsaban con la
rodilla, o los flancos, nunca con la mano, sino la primera vez, y
en ocasiones con los brazos. A determinado número de botes
debía pasar por el disco de un muro, lo cual daba el gane;
si no pasaba, se perdía, y si rodaba sin salir, no se
perdía ni se ganaba, y continuaba el juego. Los jugadores
eran varios y se colocaban en cada base de la T, y algunos
avanzaban de parte en parte hasta cerca de los discos, remedando
un ataque guerrero y de defensa
(León,
1959).

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Autor:

José Luis Villagrana
Zúñiga

Maestrante de la Unidad Académica de
Economía, Universidad Autónoma de Zacatecas.
Zacatecas, México.

Fecha de elaboración: 2010-agosto-12

[1] Texto de los informantes indígenas
de Sahagún.

Partes: 1, 2
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